Libro: El Guión, nº 9, 1ª época
Cuaresma 1994
De nuevo en Sevilla, siempre Sevilla, ciudad mágica donde las haya, con ese duende que se vive en su calles, en sus plazas, en sus gentes…tierra donde conviven contrastes y rivalidades tan antiguas como amistosas, nunca llegará la sangre al rio; Triana-Macarena, Betis-Sevilla, Curro Romero-Rafael de Paula, feria de Abril-Semana Santa…
Si el año
pasado supimos de Francisco García Serrano, aquel sevillano con nostalgia de su
barrio de la Macarena, en este vamos a dialogar con otro hispalense, quizás más
conocido en nuestros Vélez, pues su arte, hecho efigie, ya es venerado y
paseado por las calles veleñas; “Señor del Mar”, “Virgen de las Penas”, “San
Juan Evangelista” “Ecce Homo”…No es otro que Don Manuel Hernández León.
Sentados
ante unos aperitivos en la popular y populosa calle de San Eloy, empezamos a
desgranar los avatares de este hijo del barrio de San Román.
-Don Manuel,
¿Qué parte de culpa tuvieron sus padres para que usted se adentrara en el mundo
del arte, de la imaginería?
-Pues mira,
mucha culpa y ninguna. Mi padre siempre se negó a que yo fuera artista, decía
que eso era pan para hoy y hambre para mañana, que era mejor estar trabajando
contratado con un sueldo más chico o más grande, antes que esculpir. Y en parte
llevaba razón, se harta uno de trabajar y al final ganas como si estuviera
empleado en cualquier sitio. Sin embargo, como mi padre era ebanista, pues
tenía en casa todas las herramientas y madera que quería, y así fui comenzando
con la gubia. Por otro lado, mi madre
era profesora de pintura y dibujo, y como es natural aprendía mucho de ella.
Claro, a mi me gustaba tanto ese mundo, que era casi imposible salir de él, y
para colmo nací en la “madrugá” de un Viernes Santo, pues estaba claro que
tenía que ser, lo que tenía que ser.
-Luego
vinieron sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Sevilla, que según me
comenta usted, hizo los cursos de dos en dos, para más tarde terminar de
formarse en los talleres de dos grandes maestros, Manuel Domínguez y José
Lemus. ¿Qué recuerda de aquella época?
-Recuerdo
mucho y bien. Manuel Domínguez era más escultor que imaginero, yo creo que le
influyó el no tener espíritu religioso ninguno, pues cuando le encargaban algo
de esa guisa, no se le veía a gusto. Sin embargo, cuando era al contrario, y el
trabajo era de otra índole como motivos taurinos, flamencos o desnudos, lo
hacía con más entusiasmo, más a gusto y le llenaba más; eso sí, tiene un Cristo
yacente, que lo hizo para la iglesia de San Marcos de los Padres del Sagrado
Corazón, que es una maravilla, e incluso creo que es de los mejor que tiene,
pero es la excepción que confirma la regla. José Lemus por su parte, era
orfebre, y como a mi ese mundo no me gustaba demasiado, me acerqué más a
Domínguez, e intente aprender de él todo lo que pude.
-Supongo que
después de trabajar con ellos se instalaría por su cuenta ¿Me equivoco?
-Pues sí,
porque como te comente antes, mi padre no quería saber nada de arte, y me
colocó en una tienda de confecciones, y allí estuve trabajando unos años, claro
que yo aprovechaba a medio día y por las noches para ir al taller y rodearme de
“virutas”. Recuerdo que a veces me daban las dos y las tres de la madrugada
modelando y tallando. Así hasta que falleció mi padre, y entonces sí, ya dije
de dedicarme exclusivamente a esto y aquí seguimos.
-Don Manuel, su obra está catalogada y encuadrada
en el barroco de los siglos XVI al XVIII, con toques del manierismo e incluso
renacentistas, pero de estos tres grandes estilos, imprescindibles todos en la
historia del arte, ¿Con cuál se queda?
-Con todo un
poco. Me encantan los crucificados de la época renacentista, esa plasticidad
que tienen. Del manierismo que voy a decir, ahí está Miguel Ángel con esa
fuerza y equilibrio en sus obras, y claro, siendo imaginero el barroco es el
“sumun” Roldán, Montañés, Mesa…Esa expresividad que tienes sus Cristos y sus Vírgenes
es difícil de igualar. A parte también me gusta el tema profano, creo que es de
las cosas que heredé de Domínguez, y hago cositas tanto en pintura como en
escultura. Precisamente estoy preparando una exposición en bronce para Madrid,
lo que pasa es que va muy lento, pues la hago entre encargo y encargo, y como
gracias a Dios, los cofrades no me dejáis, veremos a ver cuando la termino.
-Le voy a
hacer ahora la pregunta del millón, de todas sus obras, cual es la que más le
ha llenado, de la que se siente más orgulloso.
-Uf, no sé. Siempre
es la última la que más me gusta, porque quieras o no, está más perfeccionada,
porque aquí nunca se termina de aprender, y cuando termino una obra, enseguida
quiero hacer otra para aspirar a más. Pero quizás una que me trae buenos
recuerdos es la del “Cristo de las cinco llagas” de la Hermandad sevillana de
la Trinidad. A lo mejor es porque gané el encargo en concurso, se presentaron los mejores, entre
otros Álvarez Duarte, y me lo dieron a mí. Después tengo grandes obras por toda
Andalucía, incluso en Castellón, es más, hice una imagen pequeña, que se la
llevó el Arzobispo de América para aquellas tierras, pero el Cristo de las
Cinco Llagas siempre tendrá un rincón en mi corazón, sin embargo, los que han visto el “Cristo del
Amor” de Vélez-Málaga, dicen que lo supera en mucho.
-Ya que lo
menciona, háblenos un poco del Santísimo Cristo del Amor.
-Esta talla
es una de las que más me están gustando, a pesar de estar concebido para un
Descendimiento, estará todavía crucificado, con objeto de ponerlo al culto en
la capilla que tenéis en San Francisco, pues quedará más estético en este
vuestro caso, ver a un crucificado que no a un Cristo “arrugao” como yo
digo. Y ya cuando vaya en su trono se
completará el Misterio con las demás imágenes. Y bien, ya tengo terminada la
talla en madera y le estoy dando el estucado para concluir con la parte final
del trabajo que es la policromía, que antes no lo mencioné, pero lo que aprendí
casi primero es a policromar, a dar las encarnaduras como se dice. Y fíjate que
antes no era así, pues los maestros de antaño tenían sus propios pintores, por
ejemplo a Montañés y Mesa les trabajaba Pacheco, y así muchos. Eso tiene sus
riesgos ya que el escultor tenía una idea concebida de la obra y el pintor
podría tener otro concepto distinto, y no haber una consonancia entre talla y
policromía, por eso me gusta hacerlo a mí. En fin, que espero que ese Cristo
del Amor que tanto anheláis os guste y os llene, y que sea una obra cumbre, no
por mí, sino por Vélez-Málaga y su Semana Santa.
Tranquilo
Don Manuel, seguro que gustará, y gracias por hacer de un sueño una realidad,
pues con su obras lo que hace es llevar a las gentes el mensaje divino de la
victoria de la vida sobre la muerte, y nos ayuda a comprender mejor toda la
Pasión de Cristo Jesús.
Nos
marchamos ya, pero será breve el tiempo que estemos separados, pues tiene que
cumplir ese maravilloso proyecto de crear el misterio del Descendimiento para
nuestro Vélez. Hasta pronto Don Manuel, hasta pronto Sevilla, siempre Sevilla,
ciudad mágica donde las haya, con ese duende que se respira en sus calles, en
sus plazas, en sus gentes…